El hombre que no me conviene
La llama en mi interior era difícil de extinguir. La pasión arrolladora de la madurez siempre deseaba experimentar nuevos caminos. Y yo le hacía caso a mi cuerpo y a mi mente, sin reprimir el deseo...
Ese hombre era todo eso que me dijeron no debía ser una pareja.
Más joven que yo, casado, todo su cuerpo tatuado, algo maleducado…
A pesar de todo ello, quise ser suya.
Desde que nos conocimos, sus insinuaciones jamás se detuvieron.
Pasamos de la conversación al coqueto. Un día, mientras compartíamos un café en su casa, se animó a mostrarme la verga.
“Esto es lo que tengo para vos…” Susurró, mientras sonreía.
Era un paquete delicioso; de tamaño adecuado, grueso y firme; con las venas a punto de reventar y darle forma a esa erección llena de promesas. Mis ojos la acariciaban, pero en principio no me atreví a tocarla, solamente me la devoré con la mirada ávida de lujuria.
El muy turro vio eso mismo y sonrió, mientras seguía pajeándose…
“Estoy bastante excitada y te la quiero chupar…” Apenas pude decirle.
Ya no pude resistirme y caí de rodillas frente a él, para devorar esa verga magnífica que mi mirada había hecho crecer y endurecerse.
Apenas cabía en mi boca; pero lentamente y con delicadeza, succioné cada gota de ese líquido salado que dejaba escapar.
“Quiero sentirla en mi boca…” Susurré, mirándolo a los ojos…
“Es toda tuya, mi puta hermosa…” Sonrió él, ofreciéndome su presente.
Empecé a saborear esa cosa delicadamente, mis labios recorrieron cada rincón de ella, mientras mis ojos se cruzaban con los suyos.
Ese macho viril echó la cabeza hacia atrás, con sus ojos cerrados, mientras disfrutaba de mi habilidad oral.
Me cogió la boca con dulzura, sin apuro, de manera sutil…
Me acomodé un poco y zambullí su verga entre mis redondas tetas. Se puso a frotarla entre ellas, dándome empujones y disfrutando de mis labios cada vez que él embestía hacia adelante.
Nuestras miradas coincidieron, despidiendo llamas de pasión y lujuria.
“Quiero cabalgar sobre esa verga hermosa…” Suspiré.
“Soy tuyo, para que hagas lo que se te antoje conmigo…” Me respondió.
Me ayudó a levantarme y a ponerme a horcajadas sobre sus piernas.
Antes de penetrarme, la punta de su dura verga rozó mis labios vaginales.
Al mismo tiempo nuestros labios se unieron en un beso húmedo; sabroso, de lenguas entrelazadas sin querer separarse.
Mis dedos acariciaron su nuca y le susurré al oído que me hiciera suya.
Levanté mis caderas y esa verga erecta se apoyó entre mi labia inflamada, abriéndola de par en par, lista para sentir una buena penetración.
Lo tomé por la nuca y apoyé mis pezones duros en su cara, junto a su boca. Le ordené; le exigí; le supliqué que me los chupara.
Mis caderas descendieron otra vez sobre su musculoso cuerpo, frotándose contra el mismo. Me sentía transpirada, bañada en sudor; pero también muy humedecida y muy bien lubricada con mis propios jugos.
“Ya estoy por explotar, perra… no aguanto más sin cogerte…” Susurró…
Me aferró por las nalgas y me las abrió sin nada de delicadeza.
Pasó súbitamente de la ternura al deseo, ya sin ninguna suavidad.
Colocó su grueso glande en mi humedecida entrada y yo descendí buscando que esa verga tiesa entrara en mi cuerpo hambriento.
Me miró fijamente a los ojos, mientras yo comenzaba a gemir, sintiendo la potencia de esa pija que se abría paso dentro de mi apretada vagina.
Empecé a balancear mis caderas, adelante y atrás, en un vaivén firme.
La boca de mi macho seguía ocupada con mis pezones duros. Me los devoraba. De repente me tomó por mis nalgas y se levantó, cargándome en sus brazos, llevándome empalada en su hermosa verga.
Llegó hasta la pared. Me empujó con fuerza y entonces sentí que su verga me empalada hasta el fondo. Gemí como una verdadera perra enloquecida.
Comenzó a bombearme sin delicadeza; mis piernas rodeando su cintura.
Se terminó la dulzura, lo supe enseguida. Empujó con más ganas; yo solamente podía aferrarme a su cuerpo, sintiendo esa gruesa erección llenándome. Me hizo gemir de placer y lloriquear de dolor.
Siguió bombeando duro, cada vez de manera más salvaje.
Me empecé a transformar yo también; sus golpes de pija me empotraban contra la pared y yo aullaba como loca.
El sudor de nuestros cuerpos servía como lubricante…
Sus ásperas manos en mis caderas me quemaban el cuerpo.
Él se mordía el labio inferior una y otra vez. Mis tetas se movían al ritmo de sus tremendas arremetidas. Mis muslos chocaban contra sus caderas.
Le supliqué casi llorando, que me cogiera con más dureza.
“Te voy a dejar la concha ardiendo en llamas…” Me contestó.
Sus embestidas entonces cambiaron el ritmo; haciéndose más lentas y profundas. Su pecho se apoyó sobre mis tetas y su lengua lamió mi cuello.
No pude evitar gemir y jadear, pidiéndole todavía que fuera más duro.
Éramos un solo cuerpo, fundidos por el calor y la pasión; la energía, el erotismo; la lujuria del sexo prohibido, sucio…
Finalmente lo sentí explotar y su verga inundó de semen hirviente mi concha desesperada. Pude sentir ese semen deslizándose fuera de mi cuerpo agradecido y tembloroso. Pero entonces fue mi turno.
Mi cuerpo de repente se tensó entre sus brazos y acabé, gritando y gimiendo como una perra enfebrecida.
Ese hombre que no me convenía para nada me hizo acabar sobre su poderosa verga. Me dejó loca de deseo y lujuria.
Se dio el gusto de hacerme suya…
Y supo que podría volver a hacerlo cuando se le antojara…
Ese hombre era todo eso que me dijeron no debía ser una pareja.
Más joven que yo, casado, todo su cuerpo tatuado, algo maleducado…
A pesar de todo ello, quise ser suya.
Desde que nos conocimos, sus insinuaciones jamás se detuvieron.
Pasamos de la conversación al coqueto. Un día, mientras compartíamos un café en su casa, se animó a mostrarme la verga.
“Esto es lo que tengo para vos…” Susurró, mientras sonreía.
Era un paquete delicioso; de tamaño adecuado, grueso y firme; con las venas a punto de reventar y darle forma a esa erección llena de promesas. Mis ojos la acariciaban, pero en principio no me atreví a tocarla, solamente me la devoré con la mirada ávida de lujuria.
El muy turro vio eso mismo y sonrió, mientras seguía pajeándose…
“Estoy bastante excitada y te la quiero chupar…” Apenas pude decirle.
Ya no pude resistirme y caí de rodillas frente a él, para devorar esa verga magnífica que mi mirada había hecho crecer y endurecerse.
Apenas cabía en mi boca; pero lentamente y con delicadeza, succioné cada gota de ese líquido salado que dejaba escapar.
“Quiero sentirla en mi boca…” Susurré, mirándolo a los ojos…
“Es toda tuya, mi puta hermosa…” Sonrió él, ofreciéndome su presente.
Empecé a saborear esa cosa delicadamente, mis labios recorrieron cada rincón de ella, mientras mis ojos se cruzaban con los suyos.
Ese macho viril echó la cabeza hacia atrás, con sus ojos cerrados, mientras disfrutaba de mi habilidad oral.
Me cogió la boca con dulzura, sin apuro, de manera sutil…
Me acomodé un poco y zambullí su verga entre mis redondas tetas. Se puso a frotarla entre ellas, dándome empujones y disfrutando de mis labios cada vez que él embestía hacia adelante.
Nuestras miradas coincidieron, despidiendo llamas de pasión y lujuria.
“Quiero cabalgar sobre esa verga hermosa…” Suspiré.
“Soy tuyo, para que hagas lo que se te antoje conmigo…” Me respondió.
Me ayudó a levantarme y a ponerme a horcajadas sobre sus piernas.
Antes de penetrarme, la punta de su dura verga rozó mis labios vaginales.
Al mismo tiempo nuestros labios se unieron en un beso húmedo; sabroso, de lenguas entrelazadas sin querer separarse.
Mis dedos acariciaron su nuca y le susurré al oído que me hiciera suya.
Levanté mis caderas y esa verga erecta se apoyó entre mi labia inflamada, abriéndola de par en par, lista para sentir una buena penetración.
Lo tomé por la nuca y apoyé mis pezones duros en su cara, junto a su boca. Le ordené; le exigí; le supliqué que me los chupara.
Mis caderas descendieron otra vez sobre su musculoso cuerpo, frotándose contra el mismo. Me sentía transpirada, bañada en sudor; pero también muy humedecida y muy bien lubricada con mis propios jugos.
“Ya estoy por explotar, perra… no aguanto más sin cogerte…” Susurró…
Me aferró por las nalgas y me las abrió sin nada de delicadeza.
Pasó súbitamente de la ternura al deseo, ya sin ninguna suavidad.
Colocó su grueso glande en mi humedecida entrada y yo descendí buscando que esa verga tiesa entrara en mi cuerpo hambriento.
Me miró fijamente a los ojos, mientras yo comenzaba a gemir, sintiendo la potencia de esa pija que se abría paso dentro de mi apretada vagina.
Empecé a balancear mis caderas, adelante y atrás, en un vaivén firme.
La boca de mi macho seguía ocupada con mis pezones duros. Me los devoraba. De repente me tomó por mis nalgas y se levantó, cargándome en sus brazos, llevándome empalada en su hermosa verga.
Llegó hasta la pared. Me empujó con fuerza y entonces sentí que su verga me empalada hasta el fondo. Gemí como una verdadera perra enloquecida.
Comenzó a bombearme sin delicadeza; mis piernas rodeando su cintura.
Se terminó la dulzura, lo supe enseguida. Empujó con más ganas; yo solamente podía aferrarme a su cuerpo, sintiendo esa gruesa erección llenándome. Me hizo gemir de placer y lloriquear de dolor.
Siguió bombeando duro, cada vez de manera más salvaje.
Me empecé a transformar yo también; sus golpes de pija me empotraban contra la pared y yo aullaba como loca.
El sudor de nuestros cuerpos servía como lubricante…
Sus ásperas manos en mis caderas me quemaban el cuerpo.
Él se mordía el labio inferior una y otra vez. Mis tetas se movían al ritmo de sus tremendas arremetidas. Mis muslos chocaban contra sus caderas.
Le supliqué casi llorando, que me cogiera con más dureza.
“Te voy a dejar la concha ardiendo en llamas…” Me contestó.
Sus embestidas entonces cambiaron el ritmo; haciéndose más lentas y profundas. Su pecho se apoyó sobre mis tetas y su lengua lamió mi cuello.
No pude evitar gemir y jadear, pidiéndole todavía que fuera más duro.
Éramos un solo cuerpo, fundidos por el calor y la pasión; la energía, el erotismo; la lujuria del sexo prohibido, sucio…
Finalmente lo sentí explotar y su verga inundó de semen hirviente mi concha desesperada. Pude sentir ese semen deslizándose fuera de mi cuerpo agradecido y tembloroso. Pero entonces fue mi turno.
Mi cuerpo de repente se tensó entre sus brazos y acabé, gritando y gimiendo como una perra enfebrecida.
Ese hombre que no me convenía para nada me hizo acabar sobre su poderosa verga. Me dejó loca de deseo y lujuria.
Se dio el gusto de hacerme suya…
Y supo que podría volver a hacerlo cuando se le antojara…
3 年 前