MI amante abuela

MI amante abuela


Corría el año 1984, cuando tenía 27 años de edad y por razones laborales me fui a trabajar a las serranías, al interior de la localidad de Inca de Oro, ubicado en la Tercera Región en el Norte de Chile. Mi trabajo era de alarife, ayudante de topógrafo y en aquel tiempo estaban en la última etapa de la construcción de un camino hacia un yacimiento minero de una importante empresa de la zona. Trabajábamos 20 días por 10 de descanso y en el campamento habíamos como unas 40 personas, entre choferes de camiones, operadores de maquinaria pesada, topógrafos, alarifes, ingenieros y dos cocineras, una titular y la otra ayudante.
Una de las cocineras, tenía 68 años de edad y trabajaba con su ayudante de unos 45 años de edad. A la mayor de las cocineras, le decíamos cariñosamente “la abuela”, por su edad y sus años trabajando en la empresa como alimentadora de los trabajadores.
En esos años cuando estaban por finalizar las obras, la jefatura nos reunió a todos anunciándonos que no íbamos a poder bajar como correspondía, porque las faenas estaban atrasadas y había que trabajar los días de descanso, dándonos la oportunidad a que decidiéramos quedarnos o bajar. Obviamente no podíamos darle vuelta la espalda a la empresa, así que nos quedamos la mayoría.
El caso es que en lo particular (y aquí comienza mi historia), yo siempre he sido muy fogoso, apasionado y muy caliente con las mujeres. Afortunadamente yo ya estaba casado con una mujer de 25 años de edad y con ella teníamos dos hermosos hijos. Cuando llevaba como diez días en el trabajo, se me hacían eternas las horas, porque andaba con mi pene parado y amanecía con erecciones matinales, propio de mi edad de aquellos años. Sin inventar, afortunadamente y a pesar que soy delgado y bajo de estatura y casi sin poto, la vida me dio un pene largo y grueso, el que siempre a adorado mi mujer por lo que ha ocasionado que sea un poco celosa, pero no en extremo. Varias veces me medí mi pene y alcanza a los 20 centímetros bien parado y 4 centímetros de ancho. No es que sea presumido, pero mi mujer siempre se ha admirado de mi verga. Como les contaba, en el trabajo entre los cerros ya llevábamos como 30 días trabajando y ya no daba más, porque hasta me dolían los testículos por los días acumulados de semen y lo único que quería era bajar para culiar con mi mujer y poder descansar.
Después que trabajaba con el topógrafo, en las tardes me iba a la cocina y les ayudaba a las mujeres a lavar platos y ordenar cosas, por lo que me tomaron mucho cariño. Siempre andábamos alegres y echando la talla. Siempre se reían mucho porque yo les decía “cuidado mujeres, arranquen porque ando peligroso”. El caso es que cuando terminó la faena, levantaron campamento y comenzaron a bajar todo lo que podían a la ciudad de Copiapó. Fue entonces que el jefe de personal me ofreció un trabajo extra en la empresa, para quedarme como cuidador durante unos días, hasta que bajaran todos los materiales y herramientas. Me pagaban muy bien, así que acepte quedarme unos días más. En el campamento quedamos yo y la cocinera “abuela”, porque su ayudante bajo, ya que tenía hijos menores. La abuela tuvo que quedarse porque la cocinería la iban a bajar en un par de días más. Con mi única compañera, quedamos absolutamente solos, entre cerros y quebradas a cientos de kilómetros de la ciudad. Ese día conversamos en la tarde, tomamos mate, jugamos a las cartas y después nos pusimos a conversar a la luz de unas lámparas a gas ya que se habían llevado el equipo electrógeno. Conversamos de todo. Inclusive me contó de su vida intima, señalándome que ella había enviudado hace 15 años y desde entonces nunca más había tenido otro hombre porque se había dedicado a trabajar para ayudar a su hijos, quienes fueron a la universidad y además que no le quedaba tiempo para reiniciar su vida. En aquella conversación yo le pregunte derechamente si le daban ganas de estar con algún hombre y un poco sonriendo me dijo que una mujer, nunca dejaba de ser mujer. A esa altura de la conversación yo comencé a sentirme extraño, como que me empecé a calentar con aquella mujer de 68 años de edad. Esa mujer tenía algo que me llamaba la atención. No sabía si era su suavidad para conversar o el gran misterio que veía en su vestimenta: siempre de delantal de cocina, su pelo canoso y tomado con un moño, de rostro blanco, ojos verdes. De contextura muy delgada, dejando secreto todo su cuerpo interiormente, como cualquier mujer adulta.
La abuela tenía una pieza portátil donde habían dos camas: una para ella y la otra para su ayudante. Esa noche había que dormir, porque ya eran un poco más de las diez de la noche. Cuando iba a mi pieza la que quedaba como a cien metros de la cocina, le di las buenas noches a la abuela y ella derechamente me dijo “si quiere dormir en mi pieza, acá hay una cama vacía, para allá donde va a dormir está muy solo y oscuro. Yo no lo voy a pellizcar” me dijo riéndose un poco. Con gusto acepte. Nos acostamos y des pues de un rato de silencio, cada uno en su cama, le dije “¿así que usted no pellizca?”…”No” me contesto ella…”hace años que no pellizco”. Nuevamente hubo un rato de silencio, mientras sin que ella sintiera me empecé a tocar mi pene, el que estaba muy parado, hinchado y con ganas de entrar en alguna parte. Luego arriesgándome a todo, le pregunté muy nervioso si me podía cruzar de cama. Me dijo “venga”. Me pasé a su cama y ahí comenzó lo que yo tanto esperaba. La abrace por detrás, estaba con ropa. Le saque su vestido, la dejé en puros calzones y sostenes. Tenía unas medias puestas y se las saqué. Grande fue mi sorpresa: tenía un cuerpo muy delgado. Se le notaban sus caderas, su vagina era muy peluda llena de canas y los pelos le llegaban hasta su ombligo. Sus senos eran muy pequeños con una piel con arrugas, pero no en extremo. La di vueltas, les saque sus calzones y no fue difícil penetrar su vagina por detrás, porque era muy abierta de piernas. Se quejó mucho, porque con los años estaba muy cerrada. Tuve que sr suave, me lo pedía por favor, hasta que logró lubricarse y empezamos a culiar. Aún tenía un trasero lindo, con unos glúteos un poco caídos, pero era una mujer entre los cerros y yo me la estaba culiando. Lo que más me calentaba, es que nunca había visto en una mujer tanto pelo en su vagina y más encima con canas. Era como si me estuviera culiando a mi propia madre.
Esa noche culiamos mucho. Casi gritaba de placer. Esa mujer era encantadora, nunca paso por mi mente que iba a culiar con una mujer adulta mayor. Moraleja: nunca desestimes a una mujer por su edad. Puede sorprenderte. Estuvimos un sábado y un domingo solos y la verdad que las dos noches culiamos mucho. Ella estaba feliz y me lo agradecía a cada rato.
El día lunes llegaron los camiones, embarcaron todo el resto de cosas que quedaban y nos vinimos a Copiapó. Con la abuela nos seguimos viendo en secreto durante casi tres años. Nunca nadie se entero de esa relación tan extraña, tan fuera de lo común, pero muy apasionada cuando estábamos juntos. Cuando me acostaba con ella, era como tener a una niña en la cama. Se entregaba enteramente y hacia lo que le pedía. Me chupaba el pene hasta hacerme acabar. No les niego que de verdad en otras faenas donde estuvimos trabajando, sentí celos por unos viejos weones que se hacían los lindos con ella. Tenía miedo que esa hermosa vagina muy peluda, muy blanca, muy de mujer adulta, la vieran otros ojos, porque era solo mía. Así llegue a pensar. De hecho una vez estuvimos distanciados como una semana por mis celos, hasta que me confesó que ella nunca me iba engañar con nadie y que me amaba mucho.
Varias veces fue a mi casa y siempre llegaba con regalos para mis hijas. Con mi mujer se llevaban muy bien y nunca sospecho ni se imaginó que yo me metía con la abuela. A veces teníamos relaciones en su casa cuando estaba sola o cuando no se podía, nos juntábamos en una residencial en Diego de Almagro, un pueblo cercano a Inca de Oro. Allí, la dueña conocía a mi extraña amante, pero siempre moría en la raya.
Después de tres años de relación clandestina, con mi abuela amante, se enfermó por lo que dejó de trabajar. Yo nunca la deje de ver y aunque ya no teníamos sexo, la iba a visitar a su casa en Copiapó, donde nunca sospecharon que teníamos una relación de amor.
Uno de esos días en que la fui a ver, estaba en cama, no se sentía bien, entré a su dormitorio, me senté al lado de su cama y en un momento en que no había nadie en el cuarto, tomó mi mano y me entregó un sobre. E dijo que lo guardara inmediatamente para que nadie se diera cuenta. Me pidió que lo abriera cuando me fuera. Fue entonces que me dijo que sus hijos se la llevarían a la Ciudad de la Serena, para cuidarla y para prestarle atención de salud especializada. Me dijo que cuando quisiera podía ir a verla y si yo quería lo podía hacer con mi señora y mis hijos. Sentí mucha pena por lo que estaba pasando Mi ojos se humedecieron y quise llorar. A ella le cayeron unas lágrimas y me dijo muy calladita, pero cansada de su enfermedad que me amaba, que me quería mucho y que me daba las gracias por haberla querido y respetado todo el tiempo que estuvimos juntos. Me dijo que había sido muy feliz. También me pidió que nunca dejara a mi mujer a mis hijos. La abuela siempre ayudo a mis hijos con regalos y nunca se refirió mal a ellos o mi mujer.
Cuando me fui de su casa, en la calle saqué el sobre y dentro tenía una carta que decía: Carlos…el lunes anda al Baco Estado. Allí ubica al agente don……….El te va a entregar algo. Es un regalo para ti, para que ayudes a tu familia. No soy millonaria, pero siempre tuve mis ahorros de muchos años de trabajo. Mis hijos son profesionales y ellos ya están muy bien en la Serena. No te preocupes por eso, porque a ellos no les falta nada. Yo ya entregue toda vida para que fueran profesionales. Cuida el dinero y compártelo con tu señora. Te quiero mucho”.
No podía cree lo que estaba pasando, porque nunca, jamás le pedí dinero y esa actitud de ella, jamás la había imaginado. Fui al banco y me contacte con el agente. Me entrego un cheque a mi nombre. Cuando Salí del banco, casi me caigo de poto, porque era un cheque a mi nombre por 5 millones de pesos, que para esos años era mucho dinero. Después me enteré que había vendido una propiedad y parte de ese dinero me lo había regalado. Lloré de alegría. Fui a la casa y le conté a mi señora. A los días nos compramos una casa en Copiapó, la que aún conservamos con la familia. Fuimos dos veces a la Serena con mi mujer a ver a la abuela, la que falleció hace algunos años atrás. Nunca la voy a olvidar. No por el dinero que me regaló. Porque me enseño a valorar a la mujer y aprendí que una mujer, no importa la edad que tenga, si ella quiere, te puede hacer muy feliz. Lo más lindo, fue que la respeté ante los demás como a una madre, sin que nadie se diera cuenta que durante casi tres años, en la clandestinidad y en la cama fuimos dos apasionados amantes. Cuando nació mi tercera hijita, en honor a la “abuela”, le pusimos por nombre, Amanda.
发布者 justinn1
8 年 前
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