La Petite Morte
Estoy sentada en el ordenador intentando comenzar la jornada laboral, pero es imposible que me pueda concentrar. Maldita fiesta la de anoche, que bebí demasiado vino… si ya saben cómo me pongo, pá qué me invitan. En fin… voy a meterme otro ibuprofeno. Ya decíamos de coña cuando éramos jovencillas y no salíamos de una fiesta para meternos en otra: ¡Noches de desenfreno, mañanas de ibuprofeno!
Vaya polvo el de anoche. Qué digo polvo… ¡¡polvos!! Es que no me reconozco. Joder, Queen, ¡estás follando más con 43 que cuando tenías 18! Si es que me escuece hasta el elastiquillo de las bragas. Bueno. Como sé que estáis aquí tod@s pendientes de que os cuente la aventura, tomad asiento, liberad esas manos para que podáis tocaros lo que os plazca mientras me leéis, y disfrutad.
Parte de mi trabajo (que odio profundísimamente más que a Loquillo, y mira que Loquillo me cae mal), consiste en socializar con los proveedores de la empresa que me paga a final de mes. No con la gente de administración, CEOs, CIOs, VIPs y pollasenvinagre. No. Normalmente son comerciales. Y yo los categorizo a todos en un grupo: Mascachapas. Dentro de los mascachapas hay varias subcategorías:
a) Los majos, que son pocos pero valientes, porque los pobres sólo intentan hacer su trabajo, que es vender. Con estos suelo irme a comer, son simpáticos y me caen bien. Y algunos hasta tienen conversaciones inteligentes más allá del trámite de intentar vender.
b) Los follapavas. Estos seres son los que siendo guapos (porque en la mayoría de las ocasiones están buenos), tienen la mala costumbre de que se lo creen, y, además, la certeza de que, como buenos follapavas, van a conseguir el negocio a costa de mujeres que pudieran quedar impresionadas por su físico. Supongo que esto es como las meigas, haberlas, haylas. Pero yo, en circunstancias normales, no toco a un follapavas ni con un palo. Me dan repelús. Un tío que tarda más en arreglarse que yo por las mañanas no me atrae lo más mínimo. Y ojo, que cronometrado, yo tardo en total unos 15 minutos. Como tardes más a la Queen no le interesas.
Pues ahí estaba yo anoche, en ese hotel tan rebonito de la Diagonal de Barcelona, con nombre de apellido de pija famosa con perro chihuahua metido en el bolso (pobre perro, de verdad, me da una penica…), “disfrazada” de mujer elegante y maquillada hasta la raíz del pelo. Yo, que de normal voy en vaqueros, camiseta y bambas, verme ahí con un vestido negro con un escote de infarto, el pelo recogido en un moño y unos zapatos de tacón era como ver a otra persona en el espejo. Como sabía que íbamos a terminar muy tarde había reservado una habitación (que pague la empresa, que para eso nada en la abundancia) y así me ahorraría tener que conducir casi 40 kilómetros hasta casa. Y después de haber estado trabajando sin descanso en un proyecto importante, necesitaba desconectar un poco y pasármelo bien. Quería por una noche sentirme otra persona: Sexy, segura de mí misma. Una de esas mujeres que cuando entra en una habitación se hace el silencio porque es como si entrara una jodida pantera. Una Rita Hayworth, o una Ava Gardner. Ya sabéis a lo que me refiero. En una de mis reencarnaciones futura le pediré a dios, buda o quien sea que me dé un cuerpazo de infarto, que ya he tenido una vida con cuerpo botijo y bien y tal, pero como broma ya nos hemos reído mucho.
Que me disperso. Pues imaginad la situación: Me había puesto ese corsé que andaba muerto de risa en el cajón de la lencería, porque nunca encontraba el momento de ponérmelo. Unas bragas con una abertura en el centro que dejaba al descubierto los labios de mi coño (oye, qué bien que me lo había dejado la esteticien. Ni un pelo fuera de sitio, cómo se esmera Esperanza que me lo deja para foto. Tengo que acordarme y dejarle propina la próxima vez). Y esas bragas son fantásticas. No os imagináis el fresquito que entra cuando separo las piernas. Me puse hasta un liguero que tenía de una nochevieja de hace taytantos años, y unas medias de encaje que había comprado para la ocasión. Un vestido negro ajustado y un escote que bajaba por los hombros y hasta casi el borde del corsé que desde arriba enseñaba el canalillo que daba gloria. Si es que me veía en el espejo y pensaba: Queen, tía, te tienes que arreglar más a menudo, que hoy estás tremenda.
Y me sentía guapa, por dentro y por fuera. Y justo antes de salir de la habitación pensé: Puestos a pasarlo bien, hagámoslo desde un buen inicio. Busqué por la pequeña maleta que había llevado con la ropa, las bolas chinas que usaba de vez en cuando (ya sabéis, que las recomiendan los ginecólogos. Que no es que las use por vicio ni nada de eso, ¿eh? Que son para hacer ejercicios vaginales. Yo soy muy de seguir los consejos médicos). Las inserté despacio en mi vagina sin necesidad de desmontar todo el atuendo (bendita abertura de las bragas), cogí el bolso y me dirigí al salón donde cenaríamos todos los invitados a la presentación de aquella empresa americana.
No os voy a aburrir con el menú: El típico picoteo de croqueta, saladito y cosas de colores restregadas en un trozo de pan duro. Y como las conversaciones que me iban ofreciendo no eran nada atrayentes, yo enganchaba una copa de vino cada vez que el camarero pasaba por mi lado. Creo que llevaba yo ya 4 cuando le vi, apoyado contra una de las paredes del salón, con una cara que decía “Mátame camión y líbrame de esta tortura”. Joder, cómo le entendía. Cogí otra copa para terminar de entonarme y me senté justo enfrente de él, para analizarle con detenimiento. No entraba en la categoría de follapavas, pero era lo que yo denomino un “empotrador”, que es un tío que te puede coger en peso sin herniarse, empotrarte contra la pared y follarte hasta que le pidas que pare porque te está dando un calambre que a este paso te tienen que cortar la pierna por la ingle. O sea, en resumidas cuentas: Un tío que me follaría durante un fin de semana sin parar ni para comer.
Mientras iba dando largas a un mascachapas que se me sentó al lado, le miraba con ojos de gatita en celo y mirada suplicante: Por favor, sácame de esta. Y en uno de esos barridos que iba haciendo con los ojos por la habitación se topó con mi cara de súplica y al parecer lo captó a la primera. Encima de empotrador, perspicaz. Si es que yo sabía que éste iba a ser el puto polvo del siglo.
Se acercó tendiéndome la mano como si me conociera de toda la vida y me incorporé para estrechársela. Hicimos un poco de paripé delante del otro tipo y murmurando una excusa me separó no sólo del pobre mascachapas, sino del resto de asistentes.
- Gracias – le sonreí-. Te debo una. Estaba a punto de morir de aburrimiento.
- Sí, te he notado que me lo pedías con los ojos. Encantado de ayudar a una damisela en apuros
¿Damisela? ¿Pero de dónde se ha escapado este hombre? Yo no dejaba de mirarle los labios, pensando que eran jugositos y del tipo que me gustaban, gorditos y mordibles. Tengo que confesar que una de mis filias es morder los labios…
Hablamos durante unos 15 minutos. Tiempo que yo usé para entretenerme contrayendo los músculos de mi vagina sobre las bolas chinas. Este chico se merecía un chichi en plenas facultades físicas. Notaba que la humedad aumentaba y que si cruzaba las piernas, el clítoris respondía con contracciones leves. Esto prometía.
Yo no sé el vino que llevaría él, pero yo iba por la quinta copa y dije: Queen, o te lanzas o vas a terminar sola, borracha y masturbándote como una descosida en esa cama monumental de la habitación. Así que díselo.
- Oye, y tú en estas fiestas, ¿aprovechas para ligar?
- Ojalá. Casi siempre la mayoría de gente que viene a estos eventos son tíos, y no, no me imagino acostándome con uno.
Y ahí el que tomó las riendas de la conversación fue el que tengo entre las piernas. Le solté un “Ya estamos tardando en subir a mi habitación y empezar una nueva tradición en nuestra amistad: Los polvos de las convenciones”. Y sin darle mucho más tiempo a reaccionar le puse la mano sobre su paquete y sonriendo se la apreté levemente, confirmando que él tenía tantas ganas de quedarse a comer canapes blandurrios como yo.
Nos dirigimos al ascensor y pese que había una pareja de adorables abuelitos, mi acompañante ya estaba cogiéndome un cachete del culo con ansia, lo cual me ponía frenética. Sin importarme que estuvieran presente los ancianos, que básicamente se limitaban a mirar azorados a los botones del ascensor, me coloqué delante de él en la parte trasera y le comí la boca con un beso largo y profundo, dejando que mi lengua acariciara la suya por entre los dientes. Yo anticipaba que esos labios me iban a hacer una estupenda comida de coño, y mentalmente le pedía a todo el engranaje del ascensor que subiera a la planta donde yo tenía mi habitación con la mayor rapidez posible. Paramos en un piso intermedio para que nuestros acompañantes se apearan y una vez se volvieron a cerrar las puertas con un sonido seco, volví a centrarme en esos labios y la lengua que no paraba quieta y caracoleaba endiablada dentro de mi boca.
Antes de que se abrieran de nuevo las puertas, esta vez ya sí en la planta correcta del hotel, mi mano luchaba con la bragueta de su pantalón, y notaba una más que respetable erección. Joder, pensé, es que la presiento grande, gorda, mojada con los flujos de mi vagina y me apetece comérmela y que se corra en mi boca…
A duras penas avanzamos por el pasillo porque nos faltaban manos para tocarnos y labios para besarnos la boca, el cuello, y mi escote. Cada vez que me besaba el cuello decía: ¡Oh, joder, joder! y yo notaba que me iba el corazón a mil y que sólo pensaba en el momento en que me follara.
Sus manos descubrieron el borde de las medias de encaje, el cierre del liguero y casi con los muslos al aire me cogió en sus brazos mientras yo rodeaba su cuerpo con mis piernas e intentaba sacar la tarjeta del bolso para abrir la puerta. Haciendo un ejercicio de flexibilidad que no sabía que era capaz, aproximé la tarjeta al lector de la puerta y se abrió tras un segundo en el que él empezaba a bajar el escote del vestido y a morderme el pecho por encima del corsé. Lancé con un puntapié los zapatos conforme íbamos entrando y de un manotazo cerré la puerta. Le pedí que me bajara al suelo para meter la tarjeta en el lector y encender las luces a lo que me contestó que ni hablar, que no perdía el tiempo en esas cosas. Me depositó sobre la cama donde quedé de rodillas delante de él, y le con la voz entrecortada le dije: Dame una mano. Aproximé sus dedos a la abertura de las bragas y le susurré: Las bragas están abiertas y llevo unas bolas. Sácamelas. Y lo que me hizo terminó de ponerme frenética. Se arrodilló, buscó con los dedos la arandela de las bolas, y besando el encaje primero de la braga, y luego rozando con la punta de la lengua los labios de mi coño, enganchó con los dientes la arandela y tiró de ella, dejando que salieran las bolas completamente empapadas de flujo, primero una, y luego, casi como cuando se descorcha una botella de cava, la segunda. Yo noté un vacío que fue rápidamente olvidado cuando sus labios comenzaron a lamer mi clítoris. Le pedí que me dejara sacarme las bragas, para que tuviera un acceso total a toda la zona, pero insistió en que le dejara hacer, que no quería parar si no era estrictamente necesario. Sólo pude sacarme por la cabeza el vestido mientras él me recostaba en la cama y abría mis piernas, y se ayudaba de los dedos para mantener las bragas abiertas mientras sus labios absorbían el jugo que yo notaba empezaba a expandirse por el área. Yo cerré los ojos y la cabeza me daba vueltas… puto vino. No me quería correr… Pero entre que las bolas habían estado masajeando la zona y que cuando ya noto que estoy muy mojada, a la mínima empiezo a tener contracciones, notaba que ya mi ano se cerraba y se abría rápidamente, con cada lengüetazo que me daba. Hubo un momento en que introdujo sus dedos en mi vagina y los dejó ahí quietos, apenas moviéndolos lentamente en la zona de mi punto G, que había encontrado enseguida, y daba pequeños mordiscos en mi clítoris, que se henchía encabritado de placer. Como no me gusta que me toquen la cabeza cuando me estoy comiendo una polla, simplemente le dejé hacer, porque entendí que este chico no sólo era un empotrador, sino un experto comedor de coños. Y sí, efectivamente, mi sexto sentido coñil no se equivocaba. Este tío me hizo la mejor comida de coño de mi vida… lenta pero sin parar. Introduciendo la lengua a la vez que sacaba los dedos, y alternando un masaje con forma de círculos sobre mi clítoris cada vez que su lengua entraba en la vagina. Cuando estaba a punto de correrme, y él lo notaba por mis jadeos cada vez más audibles, paró y me dijo: Me encanta el sabor de tu coño. Córrete en mi boca. Y volvió con mucha más velocidad a mover la lengua contra la entrada de la vagina mientras con los dedos presionaba y hacía círculos sobre el clítoris. Noté cómo se contraían los dedos de mis pies, mis muslos se cerraban aprisionando su cabeza, los movimientos convulsos de la vagina y el ano. Cómo quería atrapar su lengua dentro de mí y no quería que dejara de masajearme el clítoris. Me corrí mordiéndome los labios para no gemir demasiado alto mientras con los dedos estrujaba la colcha de la cama. No sé cuánto tiempo duró. Pero por un instante sentí eso que llaman “la petite morte”. Creo que durante unos segundos no tuve consciencia de lo que pasaba con mi cuerpo. Pero si aquello era morirse, pues de puta madre. Intenté sentarme en la cama para mirarle en la oscuridad de la habitación y notaba su presencia, su silueta aún arrodillado al lado de la cama y sólo fui capaz de decirle: Si comes así el coño, qué no harás tú contra una pared… y no tardé en encontrarme de nuevo en sus brazos, donde me había levantado para apoyarme en la pared que quedaba enfrente de la cama, con su polla ya desnuda rozando la abertura de mi vagina. Sólo una tía a la que se hayan follado como si no hubiera mañana sabe de lo que estoy hablando. La sensación de ingravidez, de notar que cada vez que te mete la polla te llega al fondo de la vagina, que si no te coge bien y controla te va a empalar y que al mismo tiempo, no quieres que deje de follarte de la manera más salvaje. Ese dolor en las ingles, cómo roza tu culo contra la pared y sólo notas la polla entrando y saliendo. Y sólo eres capaz de contraer la vagina con movimientos rítmicos para que él también tenga un orgasmo memorable. Me corrí antes que él… y casi llego a correrme de nuevo antes de que él terminara. Seguía en sus brazos notando como el semen caliente salía de mi vagina y besaba ya despacio su boca, que recibía encantada a mi lengua como si se conociera de toda la vida. Le pedí que me bajara al suelo, pero que supiera que no me iban a aguantar las piernas porque las notaba temblorosas y de mantequilla.
Encontré la tarjeta, activé las luces de la habitación y le contemplé en mitad de aquel zafarrancho de ropa tirada por el suelo. Le pedí dos segundos para poder beber un poco de agua y de nuevo me acerqué para tomar su polla en mis manos y susurrarle: ¿Seguimos?
… y después de un par de horas en el que dimos buena cuenta de la cama king size, marchó a su habitación no sin antes acordar que en Septiembre volveríamos a encontrarnos en Londres, en otra de las convenciones a las que estábamos invitados. Voy a tener agenda completa durante esos días: Conferencias por la mañana, empotramiento por la noche. Y durante 4 noches…
Y aquí estoy ahora, con el ibuprofeno en mano porque tengo una resaca de mil pares de demonios, y un dolor de ingles que parece que me he pegado una maratón de ejercicio en el gimnasio. Pero al contrario que el gimnasio, este deporte es infinitamente más placentero. Y en Septiembre me espera otra buena sesión. Estoy contando los días que faltan…
Vaya polvo el de anoche. Qué digo polvo… ¡¡polvos!! Es que no me reconozco. Joder, Queen, ¡estás follando más con 43 que cuando tenías 18! Si es que me escuece hasta el elastiquillo de las bragas. Bueno. Como sé que estáis aquí tod@s pendientes de que os cuente la aventura, tomad asiento, liberad esas manos para que podáis tocaros lo que os plazca mientras me leéis, y disfrutad.
Parte de mi trabajo (que odio profundísimamente más que a Loquillo, y mira que Loquillo me cae mal), consiste en socializar con los proveedores de la empresa que me paga a final de mes. No con la gente de administración, CEOs, CIOs, VIPs y pollasenvinagre. No. Normalmente son comerciales. Y yo los categorizo a todos en un grupo: Mascachapas. Dentro de los mascachapas hay varias subcategorías:
a) Los majos, que son pocos pero valientes, porque los pobres sólo intentan hacer su trabajo, que es vender. Con estos suelo irme a comer, son simpáticos y me caen bien. Y algunos hasta tienen conversaciones inteligentes más allá del trámite de intentar vender.
b) Los follapavas. Estos seres son los que siendo guapos (porque en la mayoría de las ocasiones están buenos), tienen la mala costumbre de que se lo creen, y, además, la certeza de que, como buenos follapavas, van a conseguir el negocio a costa de mujeres que pudieran quedar impresionadas por su físico. Supongo que esto es como las meigas, haberlas, haylas. Pero yo, en circunstancias normales, no toco a un follapavas ni con un palo. Me dan repelús. Un tío que tarda más en arreglarse que yo por las mañanas no me atrae lo más mínimo. Y ojo, que cronometrado, yo tardo en total unos 15 minutos. Como tardes más a la Queen no le interesas.
Pues ahí estaba yo anoche, en ese hotel tan rebonito de la Diagonal de Barcelona, con nombre de apellido de pija famosa con perro chihuahua metido en el bolso (pobre perro, de verdad, me da una penica…), “disfrazada” de mujer elegante y maquillada hasta la raíz del pelo. Yo, que de normal voy en vaqueros, camiseta y bambas, verme ahí con un vestido negro con un escote de infarto, el pelo recogido en un moño y unos zapatos de tacón era como ver a otra persona en el espejo. Como sabía que íbamos a terminar muy tarde había reservado una habitación (que pague la empresa, que para eso nada en la abundancia) y así me ahorraría tener que conducir casi 40 kilómetros hasta casa. Y después de haber estado trabajando sin descanso en un proyecto importante, necesitaba desconectar un poco y pasármelo bien. Quería por una noche sentirme otra persona: Sexy, segura de mí misma. Una de esas mujeres que cuando entra en una habitación se hace el silencio porque es como si entrara una jodida pantera. Una Rita Hayworth, o una Ava Gardner. Ya sabéis a lo que me refiero. En una de mis reencarnaciones futura le pediré a dios, buda o quien sea que me dé un cuerpazo de infarto, que ya he tenido una vida con cuerpo botijo y bien y tal, pero como broma ya nos hemos reído mucho.
Que me disperso. Pues imaginad la situación: Me había puesto ese corsé que andaba muerto de risa en el cajón de la lencería, porque nunca encontraba el momento de ponérmelo. Unas bragas con una abertura en el centro que dejaba al descubierto los labios de mi coño (oye, qué bien que me lo había dejado la esteticien. Ni un pelo fuera de sitio, cómo se esmera Esperanza que me lo deja para foto. Tengo que acordarme y dejarle propina la próxima vez). Y esas bragas son fantásticas. No os imagináis el fresquito que entra cuando separo las piernas. Me puse hasta un liguero que tenía de una nochevieja de hace taytantos años, y unas medias de encaje que había comprado para la ocasión. Un vestido negro ajustado y un escote que bajaba por los hombros y hasta casi el borde del corsé que desde arriba enseñaba el canalillo que daba gloria. Si es que me veía en el espejo y pensaba: Queen, tía, te tienes que arreglar más a menudo, que hoy estás tremenda.
Y me sentía guapa, por dentro y por fuera. Y justo antes de salir de la habitación pensé: Puestos a pasarlo bien, hagámoslo desde un buen inicio. Busqué por la pequeña maleta que había llevado con la ropa, las bolas chinas que usaba de vez en cuando (ya sabéis, que las recomiendan los ginecólogos. Que no es que las use por vicio ni nada de eso, ¿eh? Que son para hacer ejercicios vaginales. Yo soy muy de seguir los consejos médicos). Las inserté despacio en mi vagina sin necesidad de desmontar todo el atuendo (bendita abertura de las bragas), cogí el bolso y me dirigí al salón donde cenaríamos todos los invitados a la presentación de aquella empresa americana.
No os voy a aburrir con el menú: El típico picoteo de croqueta, saladito y cosas de colores restregadas en un trozo de pan duro. Y como las conversaciones que me iban ofreciendo no eran nada atrayentes, yo enganchaba una copa de vino cada vez que el camarero pasaba por mi lado. Creo que llevaba yo ya 4 cuando le vi, apoyado contra una de las paredes del salón, con una cara que decía “Mátame camión y líbrame de esta tortura”. Joder, cómo le entendía. Cogí otra copa para terminar de entonarme y me senté justo enfrente de él, para analizarle con detenimiento. No entraba en la categoría de follapavas, pero era lo que yo denomino un “empotrador”, que es un tío que te puede coger en peso sin herniarse, empotrarte contra la pared y follarte hasta que le pidas que pare porque te está dando un calambre que a este paso te tienen que cortar la pierna por la ingle. O sea, en resumidas cuentas: Un tío que me follaría durante un fin de semana sin parar ni para comer.
Mientras iba dando largas a un mascachapas que se me sentó al lado, le miraba con ojos de gatita en celo y mirada suplicante: Por favor, sácame de esta. Y en uno de esos barridos que iba haciendo con los ojos por la habitación se topó con mi cara de súplica y al parecer lo captó a la primera. Encima de empotrador, perspicaz. Si es que yo sabía que éste iba a ser el puto polvo del siglo.
Se acercó tendiéndome la mano como si me conociera de toda la vida y me incorporé para estrechársela. Hicimos un poco de paripé delante del otro tipo y murmurando una excusa me separó no sólo del pobre mascachapas, sino del resto de asistentes.
- Gracias – le sonreí-. Te debo una. Estaba a punto de morir de aburrimiento.
- Sí, te he notado que me lo pedías con los ojos. Encantado de ayudar a una damisela en apuros
¿Damisela? ¿Pero de dónde se ha escapado este hombre? Yo no dejaba de mirarle los labios, pensando que eran jugositos y del tipo que me gustaban, gorditos y mordibles. Tengo que confesar que una de mis filias es morder los labios…
Hablamos durante unos 15 minutos. Tiempo que yo usé para entretenerme contrayendo los músculos de mi vagina sobre las bolas chinas. Este chico se merecía un chichi en plenas facultades físicas. Notaba que la humedad aumentaba y que si cruzaba las piernas, el clítoris respondía con contracciones leves. Esto prometía.
Yo no sé el vino que llevaría él, pero yo iba por la quinta copa y dije: Queen, o te lanzas o vas a terminar sola, borracha y masturbándote como una descosida en esa cama monumental de la habitación. Así que díselo.
- Oye, y tú en estas fiestas, ¿aprovechas para ligar?
- Ojalá. Casi siempre la mayoría de gente que viene a estos eventos son tíos, y no, no me imagino acostándome con uno.
Y ahí el que tomó las riendas de la conversación fue el que tengo entre las piernas. Le solté un “Ya estamos tardando en subir a mi habitación y empezar una nueva tradición en nuestra amistad: Los polvos de las convenciones”. Y sin darle mucho más tiempo a reaccionar le puse la mano sobre su paquete y sonriendo se la apreté levemente, confirmando que él tenía tantas ganas de quedarse a comer canapes blandurrios como yo.
Nos dirigimos al ascensor y pese que había una pareja de adorables abuelitos, mi acompañante ya estaba cogiéndome un cachete del culo con ansia, lo cual me ponía frenética. Sin importarme que estuvieran presente los ancianos, que básicamente se limitaban a mirar azorados a los botones del ascensor, me coloqué delante de él en la parte trasera y le comí la boca con un beso largo y profundo, dejando que mi lengua acariciara la suya por entre los dientes. Yo anticipaba que esos labios me iban a hacer una estupenda comida de coño, y mentalmente le pedía a todo el engranaje del ascensor que subiera a la planta donde yo tenía mi habitación con la mayor rapidez posible. Paramos en un piso intermedio para que nuestros acompañantes se apearan y una vez se volvieron a cerrar las puertas con un sonido seco, volví a centrarme en esos labios y la lengua que no paraba quieta y caracoleaba endiablada dentro de mi boca.
Antes de que se abrieran de nuevo las puertas, esta vez ya sí en la planta correcta del hotel, mi mano luchaba con la bragueta de su pantalón, y notaba una más que respetable erección. Joder, pensé, es que la presiento grande, gorda, mojada con los flujos de mi vagina y me apetece comérmela y que se corra en mi boca…
A duras penas avanzamos por el pasillo porque nos faltaban manos para tocarnos y labios para besarnos la boca, el cuello, y mi escote. Cada vez que me besaba el cuello decía: ¡Oh, joder, joder! y yo notaba que me iba el corazón a mil y que sólo pensaba en el momento en que me follara.
Sus manos descubrieron el borde de las medias de encaje, el cierre del liguero y casi con los muslos al aire me cogió en sus brazos mientras yo rodeaba su cuerpo con mis piernas e intentaba sacar la tarjeta del bolso para abrir la puerta. Haciendo un ejercicio de flexibilidad que no sabía que era capaz, aproximé la tarjeta al lector de la puerta y se abrió tras un segundo en el que él empezaba a bajar el escote del vestido y a morderme el pecho por encima del corsé. Lancé con un puntapié los zapatos conforme íbamos entrando y de un manotazo cerré la puerta. Le pedí que me bajara al suelo para meter la tarjeta en el lector y encender las luces a lo que me contestó que ni hablar, que no perdía el tiempo en esas cosas. Me depositó sobre la cama donde quedé de rodillas delante de él, y le con la voz entrecortada le dije: Dame una mano. Aproximé sus dedos a la abertura de las bragas y le susurré: Las bragas están abiertas y llevo unas bolas. Sácamelas. Y lo que me hizo terminó de ponerme frenética. Se arrodilló, buscó con los dedos la arandela de las bolas, y besando el encaje primero de la braga, y luego rozando con la punta de la lengua los labios de mi coño, enganchó con los dientes la arandela y tiró de ella, dejando que salieran las bolas completamente empapadas de flujo, primero una, y luego, casi como cuando se descorcha una botella de cava, la segunda. Yo noté un vacío que fue rápidamente olvidado cuando sus labios comenzaron a lamer mi clítoris. Le pedí que me dejara sacarme las bragas, para que tuviera un acceso total a toda la zona, pero insistió en que le dejara hacer, que no quería parar si no era estrictamente necesario. Sólo pude sacarme por la cabeza el vestido mientras él me recostaba en la cama y abría mis piernas, y se ayudaba de los dedos para mantener las bragas abiertas mientras sus labios absorbían el jugo que yo notaba empezaba a expandirse por el área. Yo cerré los ojos y la cabeza me daba vueltas… puto vino. No me quería correr… Pero entre que las bolas habían estado masajeando la zona y que cuando ya noto que estoy muy mojada, a la mínima empiezo a tener contracciones, notaba que ya mi ano se cerraba y se abría rápidamente, con cada lengüetazo que me daba. Hubo un momento en que introdujo sus dedos en mi vagina y los dejó ahí quietos, apenas moviéndolos lentamente en la zona de mi punto G, que había encontrado enseguida, y daba pequeños mordiscos en mi clítoris, que se henchía encabritado de placer. Como no me gusta que me toquen la cabeza cuando me estoy comiendo una polla, simplemente le dejé hacer, porque entendí que este chico no sólo era un empotrador, sino un experto comedor de coños. Y sí, efectivamente, mi sexto sentido coñil no se equivocaba. Este tío me hizo la mejor comida de coño de mi vida… lenta pero sin parar. Introduciendo la lengua a la vez que sacaba los dedos, y alternando un masaje con forma de círculos sobre mi clítoris cada vez que su lengua entraba en la vagina. Cuando estaba a punto de correrme, y él lo notaba por mis jadeos cada vez más audibles, paró y me dijo: Me encanta el sabor de tu coño. Córrete en mi boca. Y volvió con mucha más velocidad a mover la lengua contra la entrada de la vagina mientras con los dedos presionaba y hacía círculos sobre el clítoris. Noté cómo se contraían los dedos de mis pies, mis muslos se cerraban aprisionando su cabeza, los movimientos convulsos de la vagina y el ano. Cómo quería atrapar su lengua dentro de mí y no quería que dejara de masajearme el clítoris. Me corrí mordiéndome los labios para no gemir demasiado alto mientras con los dedos estrujaba la colcha de la cama. No sé cuánto tiempo duró. Pero por un instante sentí eso que llaman “la petite morte”. Creo que durante unos segundos no tuve consciencia de lo que pasaba con mi cuerpo. Pero si aquello era morirse, pues de puta madre. Intenté sentarme en la cama para mirarle en la oscuridad de la habitación y notaba su presencia, su silueta aún arrodillado al lado de la cama y sólo fui capaz de decirle: Si comes así el coño, qué no harás tú contra una pared… y no tardé en encontrarme de nuevo en sus brazos, donde me había levantado para apoyarme en la pared que quedaba enfrente de la cama, con su polla ya desnuda rozando la abertura de mi vagina. Sólo una tía a la que se hayan follado como si no hubiera mañana sabe de lo que estoy hablando. La sensación de ingravidez, de notar que cada vez que te mete la polla te llega al fondo de la vagina, que si no te coge bien y controla te va a empalar y que al mismo tiempo, no quieres que deje de follarte de la manera más salvaje. Ese dolor en las ingles, cómo roza tu culo contra la pared y sólo notas la polla entrando y saliendo. Y sólo eres capaz de contraer la vagina con movimientos rítmicos para que él también tenga un orgasmo memorable. Me corrí antes que él… y casi llego a correrme de nuevo antes de que él terminara. Seguía en sus brazos notando como el semen caliente salía de mi vagina y besaba ya despacio su boca, que recibía encantada a mi lengua como si se conociera de toda la vida. Le pedí que me bajara al suelo, pero que supiera que no me iban a aguantar las piernas porque las notaba temblorosas y de mantequilla.
Encontré la tarjeta, activé las luces de la habitación y le contemplé en mitad de aquel zafarrancho de ropa tirada por el suelo. Le pedí dos segundos para poder beber un poco de agua y de nuevo me acerqué para tomar su polla en mis manos y susurrarle: ¿Seguimos?
… y después de un par de horas en el que dimos buena cuenta de la cama king size, marchó a su habitación no sin antes acordar que en Septiembre volveríamos a encontrarnos en Londres, en otra de las convenciones a las que estábamos invitados. Voy a tener agenda completa durante esos días: Conferencias por la mañana, empotramiento por la noche. Y durante 4 noches…
Y aquí estoy ahora, con el ibuprofeno en mano porque tengo una resaca de mil pares de demonios, y un dolor de ingles que parece que me he pegado una maratón de ejercicio en el gimnasio. Pero al contrario que el gimnasio, este deporte es infinitamente más placentero. Y en Septiembre me espera otra buena sesión. Estoy contando los días que faltan…
6 年 前
Me encanta como escribes, empleas la palabra exacta para que podamos ponernos en situación.
Y si, que bien se lee con la mano ocupada....